Historia de la Matemática Iberica :: Textos de autores españoles

La ciencia española bajo la Inquisición (1877)

por José del Perojo
 

Transcripción de los párrafos relativos a Astronomía y Matemáticas del capitulo IV del articulo de José del Perojo titulado "La ciencia española bajo la Inquisición", publicado en la Revista Contemporánea el 15 de abril de 1877

IV

Astronomía.-

En esta ciencia debemos detenernos con particular predilección. Dirijamos una mirada retrospectiva a su historia y apuntemos ligeramente lo que España contribuyó con sus hijos antes de la Inquisición y lo que durante el dominio de ésta hizo. Triste en verdad es el cuadro que vamos a contemplar, y más de una vez ha de embarcarnos el dolor al advertir que nosotros, los que en Europa introdujimos esos estudios, los que revelamos a nuestros hermanos de Occidente los arcanos del espacio y con nuestro saber educamos a los extranjeros que acudían a nuestras escuelas y observatorios, fuimos después apartándonos de nuestras propias enseñanzas hasta el punto de renunciarías v maldecirlas, y concluimos por perseguir y quemar a nuestros compatriotas que apoyaban las doctrinas que de aquéllas se fueron formando.

La astronomía española, como todas las ciencias que han florecido en nuestro suelo, tiene su abolengo en la arábiga. Digamos algunas palabras, pues, sobre su origen. De muy antiguo cultivaron los árabes el estudio de los astros, su curso y posición. En la primera embajada árabe que a Carlo Magno envío en 807 Harum-al-Raschid, cuéntase que entre los presentes que éste hizo se hallaban varios instrumentos y aparatos, por los que se manifiesta el estado en que entonces esa ciencia se hallaba, el cual ciertamente no ha de suponerse muy adelantado, dada la época en que aquel hecho tuvo lugar, ni era tampoco el que más tarde alcanzó al desenvolverse el agudo y penetrante ingenio del pueblo árabe, cuando a una marcharon sus triunfos bélicos y los científicos.

No es nuestro propósito seguir paso a paso toda la marcha que en Arabia siguió la astronomía : basta que indiquemos que merced a Al-Mamun, fundador de escuelas y observatorios especiales, adquiere gran progreso y asegura la inmortalidad de los Albategnius, Alfergani, Alkendi v Albumanzar, y que por Al-Hakem, fundador del observatorio de El Cairo, y donde tanto brillaron Abul-Wefa e Ibn-Younis, alcanza todo su apogeo. Bagdad y Cairo : he ahí el nombre de las dos ilustres escuelas que, con sus hijas de España, son las únicas en el mundo que mantienen vivas las ciencias astronómicas. En Occidente, a excepción de España, reinaba clarísima ignorancia sobre estas materias, y sólo después de mucho tiempo empezó una verdadera emigración de ilustres sabios, entre los que basta citar a Alberto el Grande y Gerardo de Cremona, que acudían a nuestros escuelas de Sevilla, Córdoba, Murcia y Toledo, que no tardaron en adelantarse a las de Bagdad y Cairo. Entre los que más se distinguieron en nuestras escuelas citaremos a Arzachel, hebreo de Toledo, que dio las famosas Tablas toledanas, inventó su Shafiah e hizo aquellos famosísimos relojes que tanto ad, miraban a sus contemporáneos ; Geber, de Sevilla, comenta y corrige el Almagesto, de Ptolomeo ; Averroes (AbenRoched), Alpetrarga y otros no menos notorios, pero que sería prolijo enumerar.

Aunque es verdad que todas estas escuelas y todos estos nombres son de árabes y hebreos, sin embargo, nuestros los hacemos y nuestros llegaron a ser, introduciéndose hasta lo más íntimo y fundamental de nuestra cultura. Si, a semejanza de otros, tan exagerados quisiéramos ser que estableciéramos profunda y radical separación entre nuestros antecedentes árabes y cristianos, ¿qué íbamos a dejar a estos últimos que propiamente les perteneciera ? Nada, a no ser su fe cristiana. Los hechos además no permiten esa pueril distinción, y prueba para la ciencia de que ahora estamos tratando la encontramos clara, elocuente e irrefutable en Alfonso X.

No es el principal mérito de este ilustre monarca su saber ni su talento : su gran cualidad, la que le hizo descollar entre sus contemporáneos y para siempre alcanzar fama universal como sabio y como rey, fue su carácter : hombre perseverante y de indomable voluntad, profundo en sus planes, sereno y despreocupado hasta el punto de decir que a pedirle Dios consejo no hubiera hecho el mundo tal cual era ; amante de su ley y de su pueblo> reúne cuantos elementos eran necesarios para dar término a la obra que de muy atrás estaba iniciada, pero que tal vez hubiera sido incompleta por espacio de muchos siglos : la infiltración del saber semítico en el pueblo castellano. Esto ni más ni menos significan las Tablas Alfonsinas y los Libros del Saber de astronomía.

Para resumir toda la ciencia arábiga y hebrea en estas materias, convocó el Sabio Rey en Toledo a todas las celebridades de la época, y bajo la dirección del hebreo Isaac-ben-Said reunió entre otros sabios a Alcabitius, lbn-Monsa, Joseph-ben-Alí, Jacob Abuena, Abu-Ragel, Samuel y Jehuda El-Coneso. Después de cuatro años largos, terminó al fin sus tareas en 1252, dando los famosos trabajos en que no sólo quedaban fijados todos los adelantos hasta la sazón obtenidos, sino que se consignaban nuevos y muy importantes descubrimientos.

Hicieron en la historia de la astronomía tan memorable época las Tablas Alfonsinas, que por espacio de muchos años después es su estudio el tema principal de los astrónomos ; de tal suerte, que hasta la aparición de Copérnico puede adelantarse, sin temor de parecer paradójicos, que todos los que en esa ciencia alcanzaron alguna notoriedad, como Ascoli, Albano, Juan de Sajonia, Enrique de Hesse, Purbach, y hasta el mismo Regiomontanus, son comentadores o refutadores de las famosas Tablas. Fueron éstas a los doctos de Occidente lo que el Almagesto a los de Oriente.

Orgullo da recorrer las páginas de nuestra historia científica en estos siglos, y difícil nos es separar de ellas nuestra vista para tenderla a las de otros países, ¡Qué esplendor en la patria querida ! ¡Qué grado en nuestro saber científico ! ¡Cuán grande la herencia que a siglos posteriores legaron nuestros antepasados de aquellos tiempos !

No puedo entretenerme citando los nombres mil que tanto ilustraron al mundo en aquellos venturosos siglos. Basta con los más culminantes hechos para arrancar las quejas de todo pecho amante de la patria y de la ciencia cuando nos vemos sumidos en la época que tanto bendicen los Pidal, Laverde y adlátares.

Resumiendo : en astronomía fuimos lo que materialmente puede llamarse los maestros de Europa. Con ser difícil mantener ab aeterno esa posición, pues las ciencias no se casan con ningún pueblo, y no siempre habíamos de guiar al mundo, ¿cómo explicar nuestra temible decadencia, dadas nuestra tradición científica y las condiciones de nuestro suelo ? ¿Fue esto debido a nuestra mala estrella, como dice Zarco del Valle ; a la mala fortuna, como opina Colmeiro, o al fanatismo, según cree Echegaray ?

Estalla la Reforma y, efecto de la terrible maldición que pesó sobre nosotros, todo aquel vigor, toda aquella rica savia los extingue el fuego, y en vez de seguir caminando por nuestros antiguos senderos, tomamos el camino que nos condujo al abismo. Lejos de pensar nosotros, martirizamos y chamuscamos a los que piensan. No sólo no da nuestro suelo Copérnicos ni Galileos, sino que somos de los que al oír al primero cum tali opinione clament, y más tarde condenan su obra donec corrigatur, de los que procesan al segundo, y de los que ensalzan a los Riccioli y comparsa.

¿A qué atribuir cambio tan brusco ? ¿A qué, dirección tan inesperada ?

Pero sigamos la historia. Desde la Reforma hasta el siglo xix, es decir, durante el período en que en España la Inquisición ejerció su verdadero y eficaz ministerio, la astronomía, aunque otra cosa creyeran nuestros inquisidores, ha seguido progresando, y la historia de sus progresos y adelantos en todo este tiempo se compone de estos nombres :

Copérnico (1473), Rheticus (1514), Reinhold (1511), Moestlin (1550), Tycho-Brahe (1546), Kepler (1571), Galileo (1564), Simón Marius (1579), Gassendi (1592), Newton (1642), Cassini (1625), Roemer (1644), Gregory (1638), Hamstead (1646), Halley (1656), Bradley (1692), Maupertuis (1698), Dollond (1706), Boscowith (1711), W. Herschel (1738), Mayer (1723), Delambre (1749), Kant (1724), Laplace (1749), Arago (1786).

Fue mi propósito ir señalando el lugar del nacimiento de cada uno de los astrónomos que he consignado ; pero di, lector, ¿no te dan tus labios el más elocuente y a la vez más triste testimonio de que no son de tu habla ni de tu suelo ?

La historia y la tradición no nos permiten creer incapaces a nuestros antepasados de los siglos xvii y xviii ; vosotros, los que echáis de menos a la mil veces maldita Inquisición, dadnos cuenta de nuestras glorias pasadas, de nuestro saber ; decid qué habéis hecho con nuestra tradición ; qué con nuestra ciencia, y a ser ingenuos, confesaréis vuestra torpeza, que a más de no poderla negar persona de mediano sentido común, lavaréis así el borrón que sobre nuestra dignidad pesa.

Matemáticas.-

Para apuntar ligeramente la historia de estas ciencias en España, partiremos, como en las precedentes, de la época árabe, prescindiendo de lo hecho en épocas anteriores por Boecio e Isidoro de Sevilla.

Si los árabes en muchas ciencias fueron los que al mundo de la Edad Media hicieron conocer las del antiguo, en matemáticas no se limitaron a traducir a los grandes Maestros helénicos, como vemos ya en tiempos de Al-Mamun a Euclides, Apolonio, Teodosio y otros, sino que contribuyeron notablemente con su propio ingenio al progreso y adelanto de estas ciencias. En el siglo ix sustituyeron los senos a las cuerdas, y con la aplicación de las tangentes simplificaron la expresión de las relaciones circulares.

Basta apuntar estos hechos para comprender todo el desarrollo que bien pronto adquirió entre los árabes esta ciencia. Sin hacer minucioso detalle de todos sus pasos y adelantos, recordaremos, entre los que tanto se señalaron, a Albategnius, que como astrónomo hemos mencionado ya, y a quien se llama el Ptolomeo árabe, no sólo porque siguió las enseñanzas de éste, sino que le sobrepujó, introduciendo reformas de trascendental importancia ; a Abul-Wefa, primero que trató de las fórmulas de las tangentes y cotangentes, de las secantes y cosecantes ; a Alkhowarezmi, que compuso los famosos Al-gebr we’l mukabala ; a Thebit-ben-Korrah, Assan-ben-Haitben, a nuestros Arzachel y Alkalzadi, célebre comentador del Talkbys de lbn Albanna, y cuyos trabajos no hace muchos años han sido traducidos.

Inútil me parece recordar todo lo que las matemáticas de Occidente deben a nuestros antepasados árabes, hebreos y castellanos. Todos los que de ciencias españolas hablan y escriben, saben o deben saber lo que Gerbet nos debe, de dónde tomó Bernelinus su Liber abaci, el porqué las sumas se hacen de derecha a izquierda, y quiénes fueron y qué significaron los rabinos cabalistas, los algoritmistas, abacistas y algebristas. Ellos conocerán a Juan de Sevilla, Josef, el obispo Aiton, y tantos otros que ilustraron los anales científicos de la España matemática.

Seguir en Occidente el progreso de las matemáticas hasta los tiempos de Tartaglia y Cardano, y hablar de Leonardo de Pisa, Gerardo de Cremona, de Nemorianus, Abelardo, Luca di Borgo, Leonardo de Vinci, Regiomontanus y Purbach casi equivale a seguir la propagación por Occidente de conocimientos que en esta península poseíamos.

Pero desde que salen a la escena Tartaglia y Cardano, brota el Renacimiento, describe su movimiento la Reforma y Viete, el Copérnico de las matemáticas, publica su célebre Isagoge in artem analyticam, se esterilizan por completo estos suelos, antes tan fértiles y fecundos. Desde esa época, en que la Inquisición y el fanatismo se apoderaron de toda nuestra savia intelectual, se agosta nuestra exuberancia antigua y caemos, cada vez a pasos mayores, el atraso científico.

No os holguéis de vuestra obra, admiradores de la Inquisición que si guardasteis nuestra fe, nos hicisteis, en cambio, toscos e incultos, y a haberla guardado verdaderamente, sin mezcla de intereses perversos y mezquinos, no nos hubierais llevado a la vergüenza y a la ignominia. No es, no puede ser fe verdadera la que a tales cosas conduce.

Perdóneme el lector que rompa en estos apropósitos al hablar de ciencias durante los siglos xvii y xviii ; pero al seguir su progreso y apuntar tantos y tantos nombres extranjeros y ninguno que suene bien en nuestro oído, estallo de indignación y siento que sube a mis mejillas el calor.

El hecho es, sin embargo, claro, evidente, y es imposible sostener un solo momento la duda. La verdad se abre camino toda prisa. Recorre, lector, atentamente las hojas de la historia de las ciencias en esos siglos ; advierte lo qu, durante ellos nuestra patria es ; el celo y ardor con que científicos y pensadores se persigue, mira cómo se destierran de nuestros lares el hábito del estudio y la independencia de la razón ; cómo se extirpan los restos de nuestra antigua facundia, y no tardarás en señalar la sola y aborrecible causa de nuestro atraso y descrédito.

De lo contrario, habría que convenir en que somos incapaces e elevarnos a las lucubraciones abstractas de estas ciencias. Y entonces, ¿por qué lo son alemanes e italianos, franceses e ingleses, daneses y suecos ? ¿Es serio admitir inferioridad de la raza española ?

Dos hechos nos lo impiden, a más de que nuestra conciencia é hombres y nuestra dignidad nacional lo rechazan en absoluto. Esos dos hechos son un testimonio elocuentísiro : los matemáticos españoles que existieron y que la Inquisición no pudo alcanzar, como Josef, Juan de Sevilla, Hugo Omerique, etc., y los que hoy todos conocemos, hijos de nuestro siglo.

Veamos ahora los matemáticos que han existido desde Vieti, quien, como hemos dicho, encauza estas ciencias en nuevos caminos, y las da distinto derrotero del que hasta entonces habían seguido.

Son éstos :

Riese, 1489 ; Stifel, 1486 ; Pretorius, 1537 ; Van Roomen, 1561 ; Van Colem, 1539 ; Metins, 1571 ; Harriot, 1568 ; Anderson, 1570 ; Rhetiens, 1514 ; Kepler, 1571 ; Byrge, 1549 ; Stevin, 1548 ; Snellius, 1591 ; Werner, 1750 ; Rico, 1546 ; Wethchius Ursus, 1560 ; Neper, 1550 ; Briggs, 1556 ; Galileo, 1564 ; Cabalieri, 1598 ; Guldin, 1577 ; Descartes, 1596 ; Pascal, 1623 ; Fermat, 1601 ; Desargues, 1593 ; Roverbal, 1602 ; Mydarge, 1585 ; Saint-Vicent, 1584 ; Viviani, 1622 ; Ricci, 1619 ; Wallis, 1619 ; Brouneker, 1620 ; Neil, 1630 ; Wren, 1632 ; Barrow, 1630 ; Schotten, 1661 ; Hudde, 1633 ; Sluze, 1623 ; Huygens, 1629 ; Mercator, 1620 ; Tschirnhausen, 1631 ; Leibniz, 1646 ; Newton, 1642 ; Bernouilli, 1636 ; Rolle, 1.652 ; Parent, 1666 ; Rolle, 1685 ; Cotes, 1682 ; Riccate, 1676 ; Moivre, 1661 ; Maclaurin, 1693 ; Nicole, 1683 ; Cramer, 1704 ; Euler, 1717 ; Clairaut, 1717 ; Stewart, 1717 ; D’Alembert, 1716 ; Cousin, 1739 ; Lagrange, 1736 ; Beyont, 1736 ; Lambert, 1728 ; Gua, 1713 ; Nieuport, 1746 ; Porro, 1729 (de Besançon) ; Condorcet, 1734 ; los Tremblev (mediados de siglo) ; Laplace, 1749 ; Mascheroni, 1750 ; Fagnano, 1746 ; Monge, 1740 ; Carnot, 1753 ; Legendre, 1752.

Si a la lectura de nombres tan extraños y malsonantes desconfiamos de la veracidad de estos datos, atribuyéndolos a ese fantasma llamado extranjerismo con que no pocas veces tapamos muchas de nuestras flaquezas, y tan absurdo que creemos que sólo con nosotros son injustos y parciales los extranjeros y a nuestras propias historias acudimos, ¿qué es lo que encontramos ? Echegaray, voto de excepcional autoridad, os dirá lo que en caso semejante y ante igual preocupación hubo de pasarle : dice el insigne matemático español (a quien por cierto ya hubiera arreglado muy buenas cuentas el Santo Tribunal) : « Abro la Biblioteca hispana de don Nicolás Antonio, y en los dos últimos tomos, que comprenden de 1500 a 1700, tras muchas hojas llenas de títulos de libros teológicos y místicas disertaciones sobre casos de conciencia, hallo al fin una página, una sola, y página menguada, que a tener vida, de vergüenza se enrojecería, como de vergüenza y de despecho se enrojece la frente del que, murmurando todavía de los nombres de Fermat, de Descartes, de Newton, de Leibniz, busca allí algo grande que admirar y sólo halla libros de cuentas y geometrías de sastres ».

Cuidado, pues, eruditos de lomos de libros, con los matemáticos que nos traigáis a colación, no vayan a ser sus matemáticas malas cuentas de zapatero de portal.